¿Lo estáis viendo igual que yo?.
Virginia. 10 de Enero del 2020.
¿Lo estáis viendo igual que yo? Los que todavía creíais que los encierros y
demás tenían sentido para parar la trasmisión de una enfermedad ¿os dais
cuenta ahora de que no es así, ahora que estáis viendo cómo se dan las
mismas órdenes porque nieva? Las mismas órdenes y las mismas
justificaciones: quedarse en casa, no vaya la gente a resbalarse, hacerse
daño, ir a los hospitales y colapsarlos.
Un argumento que usaba al principio del encierro con los amigos que lo
defendían era el de que si siguiéramos siempre esa lógica no saldríamos
nunca, porque siempre corríamos riesgos que podíamos intentar evitar
quedándonos en casa. Lo decía, ya sabéis, como una forma de reducción al
absurdo: pero no hay que menospreciar nunca el poder del absurdo para
hacerse realidad, o el de la realidad para cumplir lo absurdo.
Sé que el bombardeo de consignas irracionales ha sido tan abrumador en los
últimos tiempos que se acaba renunciando a razonar sobre lo que oímos y
acaba dándose por bueno sin más. Pero hay siempre un pequeño chirrido en
nosotros antes de ceder. O si no, decidme: ¿quién no lo ha sentido ese
chirrido cuando ha visto que nos mandan otra vez quedarnos en casa pero por
otra cosa, porque nieva? ¿Que usan, sin ningún disimulo, la misma pildorita
de idiotez quintaesenciada, o sea el mismo hashtag, según la atinada
definición que hizo uno de nuestros corresponsales hace unos meses?
¿En qué se parecen la nieve y un virus? En nada. En nada, amigos míos:
tengamos sentido común y digamos la verdad: que no nos duelan las prendas
de la renuncia al último modelo de realidad que nos están montando a todo
correr: EN NADA.
¿En qué quieren hacernos creer que se parecen? En el peligro que suponen
para los ciudadanos indefensos y por tanto para la sociedad en su conjunto,
que tiene que gastar sus escasos recursos en atender a quienes han tenido
la imprudencia de querer volver a su casa después de trabajar o de tomarse
unas tristes cañas con límite de reunientes. No, señor, eso se acabó, eso
se va a acabar: aquí los perros no se atan con longanizas ni se sacan
quitanieves así como así ni se dejan sacos de sal en las calles ni se le
dan dos mantas a quien tenga frío.
Se parecen en que son la escusa perfecta para decirle a la gente que se quede en casa y hacerle saber que eso de los servicios públicos se ha acabado,
que son un bien escaso que hay que ahorrar para otra ocasión que no sabemos
cuál es, y que todo sacrificio y desgracia acontecidos por ese ahorro están
justificados porque evitan males mayores que tampoco sabemos cuáles son.
La escusa perfecta para montar sobre la marcha campos de refugiados donde
se trata a la gente como una especie de ganado molesto, con vales para cada
café y una manta por cabeza y control de dnis y la policía abroncando a
quien se salga un poquito del tiesto aunque nada más sea por hablar y poner
en ridículo la situación.
La justificación, la misma: no estaba previsto. Da igual que los previsores
digan que sí, hombre, mirar los registros, que sí que estaba previsto. Da
igual que no haga ninguna falta que una nevada esté prevista para sacar las
quitanieves y echar sal y llevar palas y cadenas adonde sea.
¿Lo veis que es lo mismo? ¿Que se trata de que nos vayamos acostumbrando a
que una gripe o una borrasca se conviertan en emergencias que
justifican cualquier
cosa, cualquier restricción, cualquier suspensión de los servicios
públicos? Nieva, ¡y quitan los trenes! ¿Y nos lo creeremos, que está
justificado? ¿Y qué ha pasado otras veces con nevadas iguales o peores en
Soria, en Vitoria, en Noruega? Siento decir estas perogrulladas que seguro
que ninguno de vosotros necesita que le digan, pero pareciera como que
estuvieran mayoritariamente olvidadas.
Se trata ahora de istaurar el régimen de la catástrofe. El régimen que
justifique la desaparición de los servicios públicos corrientes y su
sustitución por intervenciones «de emergencia» de las fuerzas del orden,
con preferencia por el ejército. Que cada dos por tres una parte de la
población se vea sometida a que las fuerzas del orden (personal sanitario
incluido o no) la lleven y la traigan y le hagan pasar privaciones por el
estado de catástrofe.
Ése es nuestro progreso: ya no podemos despejar de las calles un palmo o dos de nieve, algo más en algún sitio; en la calzada, con el trasiego de gente y algún cuatro por cuatro que ha pasado, hay menos, digan lo que digan las pantallas y
las fotos en escorzo de los periódicos. Pero, ea, aunque sean
los 40 cm. oficiales: ¿qué sería de Moscú, qué de Chicago si 40 cm. de
nieve fueran una catástrofe? Lleva todo el día luciendo el sol, y no digo
ya mi calle o la de al lado: Príncipe de Vergara está cubierta de nieve. Y
en cinco horas de paseo que me he dado, he encontrado un solo trabajador
del ayuntamiento quitando nieve con una pala.
Y ¿qué dice la nieve? La nieve, que lleva todo el día derritiéndose por su
cuenta, no dice nada: es como si, tan blanca y tan suave, sólo hubiera
querido borrar tanta mentira, como si hubiera querido decir sólo: mirad:
vuestras cuentas no valen nada: hay más, hay más y más y más que todas
vuestras cuentas. Y el Ser Humano mira, pero lo entiende todo al revés, y
dice: es verdad: hay cosas imprevistas: voy a echar más cuentas y a
prepararme para lo imprevisto: lo imprevisto es malo, y no voy a poder
evitarlo, pero al menos sé que vendrá; me hará daño, y diré que quiero
evitar al menos una parte de ese daño, pero lo que en realidad quiero es
solamente saber y tener siempre presente que van a pasar cosas que me harán
daño; que no me puedo confiar, y que por tanto no puedo vivir, que no hay
posibilidad de vivir más o menos bien.
El daño que fuera a llegar no se sabe. Nunca tanto como el que se hace con
esa idea del mal futuro, que impide vivir ahora y que siempre hace más daño
del que evita (si es que evita alguno), como se está viendo últimamente en
proporciones gigantescas. Y además ese daño sí que es seguro que no tenía
por qué haberlo.
Siempre ha sido así: el Caos se crea por vía de Organización, y la
Organización esgrime el caos que ella misma ha creado como argumento para
defender su necesidad: «¿no lo veis, el caos, que está ahí mismo?»
Pero es mentira: ahí está la nieve —¿la veis?— como prueba de que la
Realidad no es todo lo que hay; ahí están la salud y la vida y la muerte y
las manos y la inteligencia, y las cosas y la gente, y no se pueden medir
ni contar ni manejar por más que lo intenten, por más daño que haga el Ideal al
intentar cumplirse.
AÑADIDO del 11 de enero
Me llamaron unos amigos ayer, que, después de quedarse en casa desde el
viernes oyendo por la radio las noticias de lo peligroso de la catástrofe
de la nevada, habían salido y se habían dado un paseo de horas por el
centro de Madrid, y volvían alegres como niños de estar en la nieve. Y yo
le decía a ella: «¿Lo ves cómo lo exageran todo? Pues lo del virus es lo
mismo».
Me contaba ella lo que muchos habréis sentido: cómo la nieve permite a la
gente acercarse, sonreírse, intercambiar algún comentario, hasta ponerse a
jugar juntos. O sea, cómo lo estraordinario no lleva de por sí a la
separación, sino más bien al juntamiento. También cuando lo estraordinario
son contratiempos o dificultades: del mismo acercamiento me hablaba otro
amigo que ha tenido que pasar dos noches en un polideportivo en Boadilla
con otros muchos que no pudieron llegar en coche a su destino —sólo que ahí
estaba la policía para separar, imponer distancia y mascarilla y abroncar a
quien se salía un poquito del carril.
La gente antes limpiaban ellos las calles y lo que hubiera que limpiar. Eso
se ha perdido, y ni siquiera tenemos casi nadie herramientas para hacerlo.
Pero lo más importante no es la herramienta, ni siquiera la falta de
esperiencia: lo importante es que ya ni se nos ocurre ni tenemos el trato
con los vecinos que es lo principal para poder hacer ese tipo de cosas.
Todo ha quedado a cargo del Estado, y nosotros somos como niños solos,
indefensos, desnudos, atontados, sin recursos para hacer las cosas más
fáciles y más normales.
Una vez que nos encontramos en ese estado de inutilidad y falta de
recursos, cuando el Estado deja de hacer lo que le toca, o le tocaba hasta
hace poco, entonces, claro, las cosas son un desastre. Cada uno lo percibe
en el ámbito que conoce, cómo se ha ido estableciendo en todo una
organización cada vez más burocrática (lo que va de la mano con que sea
informática), que impide que la gente, incluso en los trabajos, apañe las
cosas y resuelva dificultades de maneras inteligentes y normales. Nada
puede funcionar más que de una única manera, lo que es decir que nada puede
funcionar (y si algo funciona es porque la organización falla).
¿Será la percepción de esa incapacidad Suya para habérselas con lo
imprevisto lo que ha hecho a los Estados y Organizaciones Supraestatales
dedicarse desde hace décadas a eso que llaman “Planes de Preparación y
Respuesta”, ante pandemias y otras catástrofes, dedicarse a que lo
imprevisible esté previsto? La enorme y sangrienta chapuza de tales planes,
que no acaban con ningún mal sino que lo fabrican, y, en el trance, actúan como
potentes e imparables armas de destrucción masiva, no hay que esplicársela
mucho a quien se deje sentir más allá de lo que está mandado.
(Todo eso de la falta de preparación con lo de la pandemia —y ahora ya -de
risa- con la nieve— forma parte del espectáculo que nos sirven por los
medios, y a estas alturas —pasado un año— ya no hay quien se lo trague —sin
que ello quiera decir que no haya un margen para decidir y adaptar cosas
sobre la marcha: eso también suele estar previsto.)
Éste es el rumbo del Régimen, el rumbo del Dinero y el Estado: no hace
falta ser muy listo para adivinar que entre desastres sanitarios,
climáticos y ecológicos —si no introducen de nuevo a los enemigos humanos,
por terrorismo o disensión o como quieran llamarlo— vamos a estar en estado
de alarma y de escepción casi permanentemente. Es el rumbo del Régimen y no
hay marcha atrás. Dentro del Régimen, claro. No cabe volver a formas Suyas
más arcaicas (algunas de las cuales son ya arcaicas aunque estuvieran
funcionando hace apenas un año). La máquina no lo permite, la máquina no
puede ni pararse ni mucho menos retroceder: por algo es la máquina del
Progreso. Dicho de otra forma: toda parada, toda vuelta atrás, es un golpe
a la máquina, es un golpe al Régimen. Y por eso todo ataque a esta última
forma que el Régimen está tomando es un ataque al Régimen sin más, y todo
ataque que no tenga en cuenta esta última mutación suya será lo de tantas
veces: batirse con fantasmas.