Así iban ellos progresando en idealidad y, cuanto más vacíos se volvían los trasiegos de sus empresas y administraciones, más fe necesitaban: una fe que iba creciendo (nunca las viejas religiones se habían acercado a fe tan ciega ni tan alta), más firme según más se ascendía en la escala de sus funcionarios, pero fe también entre las masas de trabajadores para nada y de empleados en la nada, hasta llegar a nuestros años, en que tuvo el ideal que estallar de su propia sublimidad y su vacío, y os ha dejado a vosotros, vidas mías, naciendo y buscando senderillos entre la basura ciega.
Agustín García Calvo, «¿Cómo empezó este desastre?», Avisos para el derrumbe, Lucina, Zamora, 1998, pp. 46-47