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Cosas que pasan

Viernes, 10 de julio del 2022.

Artículo de Virginia.


1.- Metro de Valencia, 8/7/22, once de la mañana

  Mírala: ¿qué tendrá, veintipico años, treintaipico como mucho? Y ahí va, con sus pantaloncitos cortos, con su mascarilla y sin su pierna.


2.- Metro de Valencia, 9/7/22, nueve de la noche

  —Te podías apartar, ¿no?

  —¿Perdón?
  —La mascarilla. En el metro es obligatoria.
  —En el metro sí, y en los bares no, ¿no?
  —Ése es el gobierno que tienes.
  —¿El gobierno que tengo yo?
  —El gobierno que tienes aquí en España.
  —¿Y no vas a protestarle al gobierno…
  —Y yo no voy a los bares.
  —Pues tendrás que protestarle al gobierno, y no sólo a la gente.

  Hace un gesto despectivo y se va, con su mascarilla y su camiseta de Kurt Cobain.

  ¿Qué bares ni qué bares? Todavía tardo en darme cuenta (tan por supuesto damos que todo es absurdo) de cuál habría sido la respuesta apropiada: Mira, tío, vengo de estar horas y horas en una uci, y ahí nadie me ha dicho que me ponga una mascarilla, y los sanitarios, dentro de la uci, pues unos la llevan y otros no, y unos por encima de la nariz y otros por debajo, como en la calle —ahora, eso sí, hablando de positivos y negativos y de dolencias extrañas de conocidos suyos a las que no encuentran explicación.

3.- Plaza en Torrente (Valencia), 8/7/22, diez y media de la mañana, tres personas en la mesa de una terraza

  —Los hospitales vuelven a estar llenos.

  No puedo evitar volverme y decir:

  —Mi padre está en el hospital, en la uci, y está vacía, está sólo él.

  Me miran y no dicen nada.

  —No he podido evitar oír lo que decían. La televisión querrá asustarnos, pero ahí, en ese hospital, en la uci, está sólo mi padre, y no es covid, es cáncer.

  Nada. Como si fuera extraterrestre. Yo, o ellos.

  Tampoco a éstos les dije lo que les podría haber dicho. Cáncer o vaya usté a saber qué. Cáncer justo después de vacunarse. Es verdad que ya había tenido cáncer otras veces. Pero se vacunó justo después de un TAC en el que no salía ningún cáncer, y como un mes después de la última dosis, obstrucción intestinal y TAC con resultado de cáncer. Aunque la obstrucción también podría deberse, más que al cáncer, a las adherencias que son el resultado de anteriores operaciones de cáncer. Así que otra operación. Al mes y medio, hernia inguinal y otra operación más. Ahora, después de otro mes y medio (más o menos), fallo renal agudo: de vuelta a urgencias, a las intervenciones quirúrgicas y a la uci. Fallo renal debido a la obstrucción por compresión de los uréteres, que a su vez puede deberse al crecimiento de tejido cicatricial por la anterior operación de cáncer, aunque tampoco descartan (¡cómo no!) implantes tumorales.

  Otro gran causante, el cáncer. Los enferma el tratamiento del cáncer, y dicen que están enfermos de cáncer; los mata el tratamiento del cáncer, o, ahora ya también, la eutanasia que piden los que ya no soportan el tratamiento del cáncer, y dicen que los mata el cáncer, o que no soportan el sufrimiento del cáncer.

4.- La mentira del virus

  A veces me han dicho que digo lo que digo (que lo del virus es mentira) porque no he estado en una uci. ¡Vaya si he estado! Ya no recuerdo cuántas veces desde que se declaró la pandemia. He estado con la uci llena, vacía y medio vacía, he estado con covis y sin covis (así los llaman los sanitarios a los casos de covid), con mascarilla y sin mascarilla (más sin que con). He estado en urgencias, en planta, en salas de espera, también a veces vacías, a veces llenas, a veces medio llenas. Me he tratado con muchísimos sanitarios. Y ni se me ha ocurrido pillar un virus que es una trola tan gorda que no hay quien se la crea. A no ser que lo que pasa sea que es una trola tan gorda que hay que creérsela.
  He hecho una vida lo más normal que he podido desde que empezó todo esto. Me he juntado con gente de todas las edades, con los llamados vulnerables y los no vulnerables, en espacios cerrados y abiertos, he compartido litros de cerveza, he besado, he abrazado, he cuidado a enfermos, no me he puesto mascarilla más que cuando me lo ha ordenado la policía o se han puesto las cosas muy chungas o ya no tenía cuerpo para aguantar que nadie se metieta conmigo, he cogido metros y autobuses y trenes a rebosar, he ido a manifestaciones llenas de negacionistas y antivacunas, y por supuesto, no me he vacunado, y me he tratado continuamente con mucha gente que no se ha vacunado. Y ni se me ha ocurrido pillar un virus que es un invento ni nadie jamás ha sospechado que yo le hubiera pegado un virus que es un invento. Todo lo cual es una prueba de que ni virus ni nada, y esa prueba la tiene a su alcance cualquiera, pero se empeñan y empeñan en seguir creyendo en su virus. Porque a estas alturas es su virus, y nadie tiene derecho a quitárselo.

  Volvamos a la plaza de Torrente. Se llama Plaza de la Unión Musical. Tiene mucho movimiento: una boca de metro, bancos, muchas terrazas y varios parquecillos infantiles. Cualquiera que se siente un rato en un banco o en una terraza a mirar el tráfico de gente, comprobará que pasan muchas más sillas de ruedas que otros años. La mayoría de gente mayor, pero también algunos jóvenes.
  Al lado de la Plaza de la Unión Musical está la residencia de ancianos Santa Elena, fundada en 1927. Antes era un edificio antiguo, con bastante terreno alrededor, pero hace tiempo ya que hicieron un edificio moderno al lado, que es el que está en uso. No hace tanto, de vez en cuando iba un hombre con un caballo a ese terreno y daba vueltas con él siempre por el mismo sitio, seguramente para tenerlo en forma, y las vueltas habían dejado una especie de pista circular sin yerba. ¿Cuándo dejó de ir? Hará dos o tres años, me dicen. Ahora han hecho obras: el edificio antiguo lo han tirado casi por completo, del terrenillo han quitado todos los árboles menos dos, y han echado no sé qué material en el suelo que no ha dejado rastro de yerba por ningún sitio. El suelo lo han hecho durante la pandemia, y el derribo creo que también, todo o en parte, no estoy segura. Del hombre y el caballo nadie se acuerda.

Residencia Santa Elena, domingo 29 de marzo del 2020:
 «La UME ha desinfectado dos veces la residencia de Alcoy y una la de Torrent [Santa Elena]. Ambas están intervenidas por Sanidad, al igual que otra en Alicante, en Morella, Vila-Real y Requena. Santa Elena lo está desde el 20 de marzo. A partir de ahí las cifras no pararon de subir. El secretario del patronato que rige Santa Elena, Francisco Nemesio, relataba el miércoles [25/3] que ya había 10 finados, dos hospitalizados, y los restantes, enfermos, a excepción de tres internos. La cifra ascendía ya a 14 fallecidos el viernes [27/3], aunque uno de ellos, al parecer, no murió por causas del coronavirus. Ayer ya eran 18.» (Periódico Las Provincias.)

Residencia Santa Elena, 25 de mayo del 2020:
 «Recuerda este directivo del patronato de Santa Elena que entre el 12 y el 16 de marzo murieron tres residentes en el Hospital General ingresados días antes, cuando el virus todavía no había llegado a desbordar a los sanitarios. El 16 y el 18 de marzo murieron dos ancianos en la residencia. Del 21 al 24 de marzo expiraron tres residentes que habían sido hospitalizados tiempo atrás, igual que el 27, cuando finó otro en el General, “y entre el 25 de marzo y el 2 de abril fallecieron nueve residentes que no fueron hospitalizados”. [...]
 “Había un protocolo que tenían establecido para no enviar a los mayores de 75 años al hospital. Se quedaban en la residencia, los sedaban y morían. Esa es la verdad”, recalca Nemesio. “Había instrucciones.”» (Periódico Las Provincias, con el orden de los párrafos cambiado.)
  Francisco Nemesio, que desde entonces no ha vuelto a hablar, dice también: «De esta manera, sin llevarlos al hospital, no fallecieron ni uno ni dos ni tres residentes, sino muchos más». Y es que hay que sostener de la forma que sea la idea de que la atención hospitalaria, con sus entubamientos y demás, es la salvación; que era escasa y había que racionarla; que los viejos eran, por mucho que nos duela, prescindibles; que el bicho es tan malo que nos ha obligado, él y sólo él, a tomar esas trágicas decisiones, esas decisiones tan duras que habríamos preferido no tomar pero que hemos tenido que tomar porque era necesario.
  Pero en los hospitales los sedaban igual. En los hospitales cuyo colapso se nos dijo que había que intentar evitar encerrándonos en casa durante meses (de forma que no podíamos, no ya protestar, sino ni tan siquiera ser testigos de lo que pasaba), en los salvíficos hospitales llenos de héroes que arriesgaban la vida por salvar a la humanidad, a los ingresados que les parecía que estaban graves y que no podían admitir en las ucis para allí torturarlos, lisiarlos o matarlos con sus tratamientos, a ésos los mataban por la vía más expeditiva de la sedación terminal, consistente en dosis letales de morfina y otros fármacos que procuraban la muerte en pocas horas a los excluidos de las ucis y los libraban así definitivamente de todos los males de este mundo.
  En los hospitales los sedaban igual, y también en las casas. Así es como se protegió al sistema sanitario. Así es como se consiguió que siempre hubiera camas libres en las ucis para tratar a quienes cumplieran con los severos requisitos de racionamiento de los recursos médicos. Así es como se contuvo el movimiento de apestados y posibles apestados que podían poner en peligro la seguridad de los hospitales. Por el mismo medio que se ha utilizado ya tantas veces con las supuestas epidemias de animales. Matando indiscriminadamente y en masa a los débiles (viejos, discapacitados) —hoy llamados «vulnerables»— que se consideraba que podían suponer un estorbo para los planes de salvación de la humanidad futura. Matándolos por medio de una combinación de encierro, aislamiento, hambre, sed, miedo y drogas sedantes.
  Ésas son las muertes del virus. Los más de dos años de daño y sinrazón que llevamos padecidos y seguimos padeciendo se basan en este primer gran ataque, que produjo los muertos suficientes como para dejar a la gente bien dispuesta a aguantar cualquier cosa, por absurda y dañina que fuera, porque, una vez que se ha pagado un precio tan alto, ¿cómo va uno a dejar de pagar lo que por pagar quede? El régimen de control y vacunación de las poblaciones, que ha estado últimamente moderando la intensidad del ataque directo mientras preparaba las estrategias del siguiente asalto, sigue sustentándose en esta gran mentira primera.
  Por eso, mientras que de los triajes se habló desde los primeros días del encierro, porque servían para sostener la idea del virus mortífero y de la salvación en los hospitales, de las sedaciones no hay que hablar —igual que no hay que hablar del virus. Me lo han repetido una y otra vez, incluso los supuestos descreídos, incluso cuando yo no sacaba el tema (casi nunca lo saco): del virus no hay que hablar, las sedaciones no interesan. Hay que hablar de los aspectos políticos y económicos de la cosa. Yo no sé a qué le llamarán política y economía.
  O a lo mejor me equivoco en esto de creer que hablar de ciertas cosas, dejar al descubierto ciertas mentiras, puede hacer algo contra la nueva fe —que es sólo una manifestación renovada de la fe de siempre. En Inglaterra se ha hablado de las sedaciones más que aquí, tanto en la prensa corriente como entre los llamados negacionistas; en Suecia han sido los propios organismos oficiales los que han reconocido (en parte) su administración indiscriminada. Y no pasa nada. La población sigue vacunándose contra un virus X para evitar unas muertes que no hay que ser muy listo para darse cuenta de que si las provocó la sedación y el maltrato no las provocó ningún virus. Pareciera que las masas están cada vez más preparadas para que, se descubran las mentiras y los daños que se descubran, la fe siga impertérrita, escondiéndose en nuevos disfraces cada vez más contradictorios, o cada vez (¿sería eso posible?) más desnuda de disfraces, mostrándose cada vez más descaradamente como pura fe en que lo único que cabe es obedecer a lo que esté mandado, sea ello lo que sea.



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